ceferinomenendez

Sin la venia

A golpe de auto

Por fin se ha despejado la incógnita de si el juez Castro se daría o no el gustazo de imputar a la Infanta Cristina en el denominado «caso Nóos». Y, ya puestos, lo ha hecho por todo lo alto, gustándose y gustando, con un auto de 227 páginas del que lo primero que, a mi entender, procede decir es que no es, en absoluto, un auto de imputación. De hecho, casi lo único que de tal tiene la resolución en cuestión es el apartado 3.º del fallo por el que se acuerda «recibir declaración en calidad de imputada a Dña. Cristina Federica de Borbón y Grecia».

Y ello de tal suerte que, si tuviéramos que buscarle una denominación oportunamente descriptiva al pronunciamiento -judicial, no cunda el pánico-, bien podríamos calificarlo de «auto-ahí-queda-eso», «auto-que-por-mi-no-quede», «auto desahogo», «auto-para-la-posteridad», «auto-aquí-me-las-den-todas», «auto-digan-lo-que-digan», «auto-si-no-quieres-taza», «auto-a-mi-plin» y hasta «auto-para-lo-que-me queda-en-el-convento» si, como se comenta, al juez Castro le resta apenas un año para jubilarse.

El caso es que, ocurra lo que ocurra finalmente con tal alta imputación -y su futuro dista tanto de ser incierto como de tener buen pronóstico-, el juez Castro habrá pasado al imaginario colectivo del republicanismo español como una suerte de general Prim togado o de oso de Favila con puñetas. Es de esperar, eso sí, que no hasta el punto de dar lugar a una polémica entre castristas y anticastristas susceptible de desembocar en una suerte de abigarrada parodia carpetovetónica de la que en Francia se suscitara, para conmoción de la sociedad gala en su conjunto, entre «dreyfusards» y «antidreyfusards».

Al fin y a la postre, de lo que se trata con el auto de marras es de cumplir con el principio constitutivo de nuestro sistema de convivencia en virtud del cual todos los españoles somos iguales ante la ley. ¿O no?

La Nueva España de Gijón, 9-1-2014

Iniciativa política

Está muy en boga últimamente entre analistas, contertulios y, mejorando lo presente, opinadores en general de todo pelaje y condición afearle la falta de iniciativa política al Gobierno Rajoy en relación con la situación creada por los nacionalistas en Cataluña.

No es necesario recordar que la forma de hacer política de Rajoy dista y mucho de lo que generalmente se entiende por iniciativa política, como, sin ir más lejos, hubo ocasión de constatar en relación con los riesgos de intervención comunitaria de la economía española. Y es que, se deba o no a su origen geográfico, la personalidad política de Mariano Rajoy encaja a la perfección en el prototipo galaico de desconfianza, reserva, reluctancia a la acción y, dicho en términos deportivos, por otra parte tan gratos al presidente del Gobierno, de un constante hacer la goma respecto de los problemas, aparentando estar a punto de verse sobrepasado por ellos para, en el último instante, reaccionar mínimamente y enfrentarlos sin acabar nunca de resolverlos por completo.

Decir, por tanto, que el Gobierno Rajoy no asume la iniciativa de plantarle cara al secesionismo catalán no es sino constatar lo evidente, cuando no lo inevitable. Pero hacerlo sin contextualizar dicha afirmación debidamente implica, además, un ejercicio de parcialidad manifiesto.

El actual momento materialmente constituyente que vive Cataluña no es sino la culminación de un proceso que el nacionalismo catalán ha venido impulsando durante más de treinta años ante la, en el mejor de los casos, pasividad culpable no sólo de los sucesivos gobiernos de España, sino también de los sectores no separatistas de la sociedad catalana.

Pretender que, a estas alturas, el Gobierno de Rajoy desarrolle una iniciativa política capaz de revertir en unos meses una situación consolidada a lo largo de casi cuatro décadas resulta lisa y llanamente una desconsideración a la inteligencia casi tan grosera como defender que un proceso materialmente constituyente puede derrotarse por la vía de oponerle una legalidad constitucional políticamente ya superada en Cataluña en este momento.

Se impone, pues, reconocer la extrema gravedad de una crisis constitucional que exige no ya iniciativa, sino voluntad y capacidad de hacer política a un nivel que está años luz por encima de las posibilidades de nuestros actuales repúblicos patrios y que, por ello, abocaría el conflicto a una situación de estancamiento en la que, después de todo, la versión galaica del «laissez faire» que con tanto virtuosismo encarna Rajoy podría acabar siendo la forma menos mala de convivir con un problema irresoluble. ¿O no?

La Nueva España de Gijón, 2-1-2014

Gallardón

Asumiendo el riesgo de disonancia punible en fechas tan señaladas a golpe de almibarado villancico anglosajón y buenismo comercial de garrafa, debo reconocer el íntimo regocijo que me produce contemplar a los tradicionales defensores de Alberto Ruiz-Gallardón como supuesto exponente de la rama más «avanzada» y «progresista» de la derecha española tragarse el sapo de la reforma de la legislación sobre el aborto que, en su condición de Ministro de Justicia, ha tenido a bien cocinarles.

Y es que hay sectores para los que el progresismo de un político no depende tanto de su verdadera ideología -no creo que la de Gallardón se haya modificado en lo esencial un ápice desde que trasladara su militancia a AP- como de su proclividad a soltar pasta gansa con cargo al presupuesto a los autoproclamados santones del progresismo de pesebre. Y, claro está, a tal efecto no es lo mismo mangonear en una Comunidad Autónoma o el Ayuntamiento la capital de España que oficiar como Notario Mayor del Reino.

El caso es que, desde un cargo en el que puede actuar con la tranquilidad de espíritu que a buen seguro le depara su incuestionable solvencia técnica para el mismo, Ruiz Gallardón ha venido desplegando una actividad que no hace sino retratarle desde el punto de vista ideológico, situándole muy lejos de la imagen que sus sinalagmáticos hagiógrafos se empeñaran en su día en pregonar de el. Y así, desde la modificación de las tasas judiciales a la reforma del aborto, pasando por la «prisión permanente revisable» o los indultos de diseño a medida de delincuentes convenientemente asesorados por despachos de referencia, un Gallardón confianzudo y ensimismado ha ido desvelando su verdadera alma política para desconsuelo de algunos y regocijo de otros que -escrito está por algún lado- nunca nos hemos dejado engañar, empeñados en distinguir, o al menos en intentarlo, las voces de los ecos.

S: Con esta reforma de la legislación sobre el aborto cierra don Alberto el círculo que abriera en su día su padre Necomo abogado del recurso previo de inconstitucionalidad resuelto por la sentencia del Tribunal Constitucional 53/1985, a la que la reforma ahora presentada rinde pleitesía hasta el punto de adornarse haciéndose eco del siguiente obiter dicta: «Las exigencias constitucionales no quedarían incumplidas si el legislador decidiera excluir a la embarazada de entre los sujetos penalmente responsables».

La Nueva España de Gijón, 28-12-2013

Nacionalismo Catalán

– Bon dia, ¿Ministerio de Fomento? Quisiera hablar con el departamento encargado de las playas.
-? Servicio de playas, dígame.
– Mire, soy Jordi Jiménez, presidente de la comunidad de propietarios de la urbanización «La Barretina», colindante con la playa de «La Estelada», en Girona.
– Usted dirá.
– Pues verá es que el pasado 12 de diciembre celebramos una reunión de la Junta de Propietarios de la comunidad, a la que asistieron diez de sus veinte miembros y en la que seis votamos a favor de adquirir la playa de «La Estelada» y queríamos saber qué trámites debemos seguir para la compra.
-Pues lamento decirle que esa compra no es posible.
– ¿Y por qué?
– Pues porque la ley de costas no permite la enajenación del dominio público y menos de una playa.
– Pero, oiga, ya le he dicho que nosotros en la comunidad decidimos democráticamente, por mayoría de los presentes -los que no asistieron, allá ellos- la compra. Además, ustedes la tienen muy abandonada y si nosotros la compramos, la cerraremos y nos encargaremos de su limpieza y demás servicios.
– Lo siento pero la ley es muy clara y la venta no es posible.
– Pues entonces tendrán ustedes que cambiar la ley, ¿no? Porque nosotros tenemos muy claro que queremos comprarla y además estamos legitimados para ello, a fin de cuentas somos sus usuarios habituales.
-Pues mire, lo de cambiar la ley es cosa del Parlamento. Así que si quiere dirigirse a ellos? Pero me temo que no sea posible porque ese cambio sería inconstitucional, ya que el artículo 132 ?
– Ya estamos con la Constitución, oiga. Pues también podrá modificarse, ¿no? Que ya tiene treinta y cinco años y a fin de cuentas se aprobó de aquella manera. Es que lo contrario es defraudar nuestras legítimas aspiraciones y no son formas, luego se quejan ustedes ?
-Lo siento, pero es lo que hay. Por cierto, ahora que recuerdo, a su comunidad le concedimos una subvención para unas obras y todavía no han justificado los gastos, aprovecho para recordárselo.
– ?
-¿Oiga?
La Nueva España de Gijón, 19-12-2013

Mandela

Detrás de esa necesidad de consagrar santos laicos en el altar de los medios de comunicación, a la que tan proclives resultan los tiempos que nos toca vivir, pueden identificarse motivaciones de todo tipo. Desde las que sencillamente reflejan la ingenua satisfacción por encontrar, pese a todo, modelos humanos susceptibles de admiración y elogio, hasta las menos honorables, pero igualmente explicables, ordenadas a lavar la mala conciencia colectiva en la glorificación y alabanza, no exenta de exceso, de un personaje que, en definitiva, no vino sino a poner al descubierto las vergüenzas de muchos de los que ahora lo santifican y ensalzan.

Ríos de tinta han corrido, y seguirán a buen seguro haciéndolo, desde que se hizo pública la pasada semana la muerte de Nelson Mandela. Pero, si me permiten la iconoclasia que la grandeza del personaje permite, y que las toneladas de almíbar que su muerte ha generado poco menos que demanda, uno de los más afortunados comentarios, por originales, bien puede haber sido el que, por error -no en balde el error ha sido en múltiples ocasiones fuente de todo tipo de hallazgos- colgó en su twitter el portero del Levante UD: «Lamento la irreparable pérdida del luchador Nelson Mandela, sin lugar a dudas uno de los más grandes actores que ha dado Hollywood. Q. D. E. P»

Y es que, si se piensa detenidamente, además de por su astucia, constancia y pragmatismo, si por algo destacó Nelson Mandela fue por sus cualidades como actor en un sentido amplio del término. Esto es, como individuo capaz de crear, desarrollar y sostener un personaje sin fisuras al servicio del proyecto que encarnaba, hasta el punto de que éste terminó por identificarse plenamente con aquél, en un ejercicio de virtuosismo que, en los últimos años, solo estuvo al alcance de otro mago de la escena, el Papa Juan Pablo II.

En comparación con estos gigantes de la interpretación, los candidatos a nuevos astros de la escena mundial como Obama o Bergoglio se evidencian como voluntariosas estrellas de serie B, por mucho que intente -que a fe que lo intenta- ensalzarlos el coro de los grillos que cantan a la luna.

La Nueva España de Gijón, 11-12-2013

El pañuelo de Montezemolo

Vaya por delante que no solo no entiendo una palabra de Fórmula 1, sino que, además, es éste un espectáculo deportivo que no me interesa lo más mínimo. Nunca he logrado comprender el embrujo de una representación en la que el apuntador que la hace posible no asiste a los intérpretes sino a los espectadores.

Pese a ello, la irrupción hace unos años de Fernando Alonso en ese denominado circo de la Fórmula 1 la ha convertido en objeto permanente de atención de los medios de comunicación en España, por lo que resulta poco menos que imposible ignorar una información cuyo constante leit motiv viene a resumirse, desde que el asturiano se incorporara a Ferrari, en que los méritos en la victoria son de Alonso y los deméritos en la derrota son del coche y del equipo.

Una cantinela que, según parece, Luca di Montezemolo, presidente de Ferrari, considera que el propio Alonso ha contribuido a difundir mucho más de lo tolerable, razón por la que ha venido a prohibirle utilizar su twitter para referirse a la escudería italiana.

No parece, pues, que exista demasiada empatía entre Montezemolo, miembro de una familia aristocrática en la que por no faltar no falta ni un príncipe de la Iglesia (el cardenal Andrea Cordero Lanza di Montezemolo) y el piloto ovetense. Más parece que entre ellos medie una distancia mayor que la que separa La Manjoya de Bolonia.

Es muy probable que los alonsistas arguyan que prohibir a su ídolo quejarse en twitter no va a mejorar el coche, pero es también probable que Ferrari entienda que permitírselo tampoco va a hacerlo y que la imagen de la octogenaria marca está muy por encima de quien, como no dudó en recordarle Montezemolo, a fin de cuentas, no es más que un empleado temporal de la misma.

PS: Siempre me ha parecido asaz cautivadora esa cuidada imagen de refinada decadencia que tan bien encarnan los italianos de porte aristocrático como Montezemolo y que, en su caso, se trasluce especialmente en la maestría con la que luce el pañuelo en el bolsillo superior izquierdo de su americana. Basta reparar en ello para entender de inmediato por qué la empatía entre Alonso y él resulta misión imposible.

La Nueva España de Gijón, 4-12-2013

Falso debate

Asistimos estos días, una vez más, a uno de esos falsos debates que, a mi entender, ponen de manifiesto la baja calidad democrática de nuestro sistema político. Me refiero al que ha venido motivado por el anteproyecto de reforma de la Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana.

De un lado, quienes, pese a que hasta hace cuatro días nos vendían con denuedo la averiada mercancía de los paraísos socialistas e incluso hoy en día siguen ejerciendo de paladines de un régimen tan manifiestamente liberticida como el castrista, se envuelven en la bandera de defensa de las libertades y critican el proyecto como un nefando atentado contra éstas.

De otro lado, un gobierno de relamidos tecnócratas de la jurispericia que pretende presentar la reforma como un ejercicio de rigor técnico jurídico cuyo propósito esencial es minorar las consecuencias represivas legalmente previstas para determinadas conductas al despenalizarlas, pasándolas de falta penal a infracción administrativa.

Falso debate que hurta a los ciudadanos la verdad que subyace a medidas como esas, que, además, de una u otra forma, están adoptando muchos de los denominados países de nuestro entorno: la creciente necesidad que sienten los estados de reforzar los mecanismos represivos de mantenimiento del orden público ante unos tiempos que asumen se avecinan cargados de conflictividad social.

El colapso del sistema económico y de convivencia vigente en occidente desde la Segunda Guerra Mundial y la inexistencia, a día de hoy, de un modelo capaz de reemplazarlo, generan incertidumbre y la incertidumbre, a su vez, provoca miedo. Miedo a que ese consenso social implícito, sobre el que en definitiva se funda la convivencia social, se quiebre definitivamente y de cuya debilidad dan muestra hechos tan significativos como el asalto la semana pasada a la escalinata del Parlamento portugués por una manifestación de agentes del orden que protestaban contra los recortes gubernamentales y a los que sus compañeros que protegían la cámara depositaria de la soberanía nacional acabaron franqueando el paso.

Recordaba con acierto mi apreciado amigo el Profesor Presno Linera en una artículo que, con su habitual lucidez, dedicó hace unos días a este tema, la sentencia de Franklin: «El pueblo dispuesto a cambiar su libertad por seguridad no merece ninguna de las dos». El problema es que, a mi entender, ese trueque lo decidieron por nosotros hace ya demasiado tiempo quienes cambiaron nuestra libertad por su seguridad.

La Nueva España de Gijón, 27-11-2013

No espropio de ti

Un apreciado amigo, a mi entender afecto en exceso a las “modernas” teorías pedagógicas, solía reprender a una de sus hijas con la frase “no es propio de ti, Eustaquia (nombre inventado para evitar potenciales identificaciones), no es propio de ti”. El propósito de la fórmula utilizada parecía ser el de invitar a la dulce infanta -con minúscula- a reflexionar sobre lo inadecuado de su comportamiento, poniendo de manifiesto que no encajaba en la forma de ser que de ella, no ya se esperaba, si no que se daba por supuesta. Una suerte de autocrítica por persona interpuesta en la que el paternalismo estalinista del “voy a hacerte la autocrítica, compañero” era reemplazado por el más sincero amor paterno.

 En el mundo del fútbol  resulta cada vez más frecuente que los profesionales acudan a todo tipo de afeites, no necesariamente cosméticos, para cultivar una imagen a la que cada vez atribuyen mayor importancia. Y así frente a entrenadores que, como Javier Clemente, hacen bandera de asumir para sí toda la crítica y toda la carga polémica del equipo en aras a preservar en la medida de lo posible a sus jugadores, hay otros que lo que tratan de salvaguardar por encima de todo es su propia imagen.

 Está muy de moda últimamente justificar los malos resultados deportivos acudiendo a un concepto, el de la falta intensidad que, de ser jurídico, no dudaría en calificar, cuando menos, de indeterminado -cuando más de “vende-humos”-A algunos entrenadores la utilización de ese concepto indeterminado les viene de perlas dentro de su estrategia de desviar la atención de los malos resultados sobre sus jugadores. A fin de cuentas, mejor eso que hablar de las deficiencias del sistema de juego o de la inexplicable marginación de jugadores de acreditada solvencia.

Después del primer tropiezo en casa, no dudó Sandoval en tirar de la letanía de la “falta de intensidad” y hasta llegó a reprochar a un periodista que no le hubiese preguntado por la labor arbitral -otro de los habituales mantras del perdedor no dispuesto a la autocrítica- El beneficio de la duda invita a reflexionar en voz alta: “No es propio de ti, José Ramón, no es propio de ti”. Veremos por cuanto tiempo.

PS: Lo que, desde luego, no es propio de una alcaldesa de Gijón es destituir a la secretaria municipal “por razones organizativas de carácter interno y no tengo nada más que decir”. No son maneras.

La Nueva España de Gijón, 16-10-2013

El «dream team»

No sé qué pensarán ustedes, pero el que suscribe está hasta los bemoles de que quienes, en definitiva, no son sino unos empleados nuestros, por lo general no excesivamente dotados, se arroguen, un día sí y otro también, la licencia de tomarnos a los ciudadanos por imbéciles.

Por eso y, aunque no falte quien me reproche que dedique el espacio de esta privilegiada tribuna a cuestiones tan banales, no me queda más remedio que hacer unas consideraciones-desahogos sobre la ruptura del acuerdo parlamentario PSOE-IU-UPyD. Son las siguientes:

1. No es de recibo afirmar, como hizo el líder de Foro, que la ruptura del acuerdo se deba a que IU y UPyD no han conseguido reformar la ley electoral en beneficio propio, por una sencilla razón: quienes se oponen lo hacen precisamente porque les perjudica. La cuestión esencial a dilucidar no debería ser, por tanto, el beneficio o perjuicio que la reforma pueda suponer para cada partido en concreto, sino si contribuye o no a mejorar la calidad democrática del sistema.

2. Si de verdad quisieran tomarnos a los ciudadanos en serio, tanto UPyD como IU empezarían por reconocer paladinamente que su ruptura con el gobierno de Javier Fernández se debe, más que a cualquier otra cosa, a su interés en ir tomando distancia con el PSOE de cara a las próximas elecciones autonómicas.

3. Del mismo modo que en su día intentó capitalizar personalmente la firma del pacto, pretende ahora Rosa Díez hacer lo propio con su forzada ruptura. A Nacho Prendes le toca en este momento, como ya le tocara entonces, procurar que la sobreactuada irrupción de su lideresa nacional en Asturias le cause el menor quebranto posible.

¿Y a partir ahora? Pues no nos quedará sino padecer el enésimo espectáculo de ese «dream team» del parlamentarismo occidental que integra nuestra Junta General, cuyas posibilidades de inserción laboral fuera de la política -honrosas excepciones al margen- solo resulta comparable con la cumplida colección de ejemplares contribuciones legislativas que nos ha legado en los últimos treinta años y que, en un impagable ejercicio de coherencia, ha dedicado buena parte de la presente legislatura a regularse-subirse el sueldo. Se lo tienen merecido. A fin de cuentas, pocas veces tan pocos les tomaron tan impunemente el pelo a tantos durante tanto tiempo.

La Nueva España de Gijón, 6-11-2013

Para la idiocia nunca debe haber tiempo

Decir que PSOE y PP son los dos grandes partidos dinásticos de esta Segunda Restauración no es sino decir algo evidente, aunque no esté de más recordar que también el PCE de Carrillo, la CiU de Pujol y hasta el PNV de Arzallus lo fueron, a su manera, durante un tiempo.

La progresiva desafección al sistema del PCE, travestido por imponderables históricos en IU, y de las dos grandes formaciones nacionalistas, ha dejado poco a poco a PSOE y PP como los dos únicos pilares sobre los que el sistema ha acabado por sustentarse en una suerte de bipartidismo imperfecto tendente al turnismo.

Pilares, eso sí, que, al igual que el Jefe del Estado, presentan síntomas de deterioro cada vez más evidentes que, si bien en el caso del PP se ven considerablemente mitigados por ese político bálsamo de Fierabrás que supone ostentar la dirección editorial del Boletín Oficial de Estado, en lo que al PSOE se refiere deviene notoriamente agravado por el hecho de verse relegado a un papel de oposición que históricamente le ha resultado especialmente penoso y traumático desempeñar.

Es por ello que plantearse, como pretenden algunos, el futuro inmediato del partido socialista con las miras puestas en unas elecciones para las que todavía quedan nada menos que dos años, convulsionado como está el PSOE por desafíos a su existencia tan evidentes como los que suscita el PSC, supondría desconocer, con palmaria temeridad, la máxima ignaciana de nunca hacer cambios en tiempos de desolación.

Dicho de otro modo, lo que el PSOE se estaría jugando en este momento no es la elección de un candidato más o menos idóneo, sino su propia supervivencia y, con ella, muy probablemente, la del sistema en su conjunto. De ahí que Rubalcaba -problemas de liderazgo al margen- no represente tanto una opción de futuro como una tabla de salvación de presente. Asegurados los cimientos, tiempo habrá de decorar la fachada. Lo contrario, esto es, enjaezar electoralmente una casa política en ruinas, se me antoja, más que una frivolidad, el peor de los crímenes, esto es, el que se funda, no en la crueldad, sino en la idiocia. Y, para ésta, al contrario que para la ternura, nunca debe haber tiempo y mucho menos si se presenta disfrazada de tenacidad.

PS: Y la alternativa política a la idiocia no parece ser, obvio es decirlo, la tenacidad a la violeta, sino la astucia.

La Nueva España, 14-11-2013