A golpe de auto
Por fin se ha despejado la incógnita de si el juez Castro se daría o no el gustazo de imputar a la Infanta Cristina en el denominado «caso Nóos». Y, ya puestos, lo ha hecho por todo lo alto, gustándose y gustando, con un auto de 227 páginas del que lo primero que, a mi entender, procede decir es que no es, en absoluto, un auto de imputación. De hecho, casi lo único que de tal tiene la resolución en cuestión es el apartado 3.º del fallo por el que se acuerda «recibir declaración en calidad de imputada a Dña. Cristina Federica de Borbón y Grecia».
Y ello de tal suerte que, si tuviéramos que buscarle una denominación oportunamente descriptiva al pronunciamiento -judicial, no cunda el pánico-, bien podríamos calificarlo de «auto-ahí-queda-eso», «auto-que-por-mi-no-quede», «auto desahogo», «auto-para-la-posteridad», «auto-aquí-me-las-den-todas», «auto-digan-lo-que-digan», «auto-si-no-quieres-taza», «auto-a-mi-plin» y hasta «auto-para-lo-que-me queda-en-el-convento» si, como se comenta, al juez Castro le resta apenas un año para jubilarse.
El caso es que, ocurra lo que ocurra finalmente con tal alta imputación -y su futuro dista tanto de ser incierto como de tener buen pronóstico-, el juez Castro habrá pasado al imaginario colectivo del republicanismo español como una suerte de general Prim togado o de oso de Favila con puñetas. Es de esperar, eso sí, que no hasta el punto de dar lugar a una polémica entre castristas y anticastristas susceptible de desembocar en una suerte de abigarrada parodia carpetovetónica de la que en Francia se suscitara, para conmoción de la sociedad gala en su conjunto, entre «dreyfusards» y «antidreyfusards».
Al fin y a la postre, de lo que se trata con el auto de marras es de cumplir con el principio constitutivo de nuestro sistema de convivencia en virtud del cual todos los españoles somos iguales ante la ley. ¿O no?
La Nueva España de Gijón, 9-1-2014